EL BIEN MÁS PRECIADO

Hace años, mientras viajaba en el avión de la ciudad de México hacia Veracruz, hojeando una revista, leí una entrevista que un periodista londinense le hizo a Lewis Hamilton, multicampeón de la Fórmula uno.

Una de las preguntas era: ¿Cuál es su activo más valioso, su bien más preciado?

Lewis contestó: “Tengo tres, mi mansión en Londres, mi avión privado y mi perrita.”

Sentí la necesidad inmediata de que alguien cercano al campeón automovilista le asesorara y le evitara dar respuestas erróneas.

Yo soy un convencido de que se puede tener todo en la vida, ser millonario, tener aviones, yates y mansiones como Hamilton, pero el bien más preciado que tenemos los seres humanos es la reputación.

La imagen que vamos construyendo cotidianamente en torno a nuestra persona, tanto personal, profesional como institucional. El veredicto de la sociedad respecto a cómo nos ven, si somos éticos, honestos, responsables, competentes. Si les da gusto vernos en eventos, en restaurantes, en reuniones.

Cuando fallamos en la reputación afectamos también a nuestros seres queridos y, por el contrario, cuando la mantenemos a buen resguardo, nuestra familia se beneficia.

Se equivocó Hamilton

No nos equivoquemos nosotros.